Paisajes, colores, pueblos legendarios, bodegas, viñedos... De principio a fin, la Ruta del Vino atrapa al turista en Salta. Conquista su mirada y su interés. Se entiende: es un paraíso de colores y sabores. Con un cielo
transparente, las Valles Calchaquíes permiten disfrutar de esta bebida. Junto con el torrontés, la cepa emblemática de la provincia, producen Malbecs suaves, Cabernet Sauvignon, Bonarda, Merlot, Petit Verdot y blends antológicos.
Este circuito de 520 kilómetros ofrece al viajero la opción de recorrer casi 30 bodegas que producen vino de alta gama en una superficie de 3.200 hectáreas de viñedos. Ubicadas en los departamentos de Cafayate, San Carlos, Cachi, Molinas y La Viña, pueden verse bodegas clásicas del siglo XVIII, familiares, modernas y gourmet. A esos establecimientos se suman los hoteles boutique temáticos del vino, que son atendidos por personal especializado.
En Salta, vale recordar, el cultivo de la vid fue introducido por los Jesuitas en el Siglo XVIII, sobre todo en Cafayate. Allí madura la cepa del torrontés, vino blanco que se caracteriza por su aroma intenso y sabor frutado. En las últimas décadas, esta variedad ha alcanzado una expresión única en el suelo provincial, por lo que se convirtió en la uva blanca insignia de la Argentina.
Cafayate, se dijo, abrió las puertas al ingreso del vino en la provincia. Y en medio de los Valles Calchaquíes, es el corazón de este circuito, dado que concentra el 90% de los viñedos salteños. A casi 200 kilómetros de la ciudad capital, este destino ofrece un acceso majestuoso a través de la Quebrada de Las Conchas, con sus coloridas formaciones rocosas. Entre ellas, se destacan la Garganta del Diablo, El Anfiteatro y Los Castillos, originados por la erosión eólica y el paso de los años.
En un clima seco y árido, Cafayate se despliega a casi 1.700 metros de altura sobre el nivel del mar. La temperatura media anual es de 22 grados. Y a partir de estas características, resulta una tierra especial para la producción del vino. En el centro de la localidad, además, se destaca el Museo de la Vid y el Vino, un espacio interactivo pleno de estímulos visuales y sonoros que contribuye al crecimiento cultural de los visitantes, sobre todo jóvenes.
Desde octubre, los viñedos comienzan a reverdecer y, en febrero, aparecen cargados de racimos. De ahí en más, se realiza la vendimia con un calendario diferente para cada bodega. Este proceso llega a su fin en marzo de cada año, pero los turistas pueden seguir contemplando viños verdes, en una postal árida y montañosa. Una escena mágica de la Ruta del Vino salteño.