A unos 130 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, General Paz es un distrito que sorprende con sus edificios, conquista con su laguna extensa y deleita con la miel de la Cuenca del Salado. Y Monte Hermoso, conocido por sus playas de aguas cálidas

con atardeceres de película, también atrae con matices parecidos. Ambos destinos se presentan como propuestas ideales en plan de escapada para el fin de semana.

Con aroma a miel

La Plaza de Mayo es el epicentro de Ranchos -ciudad cabecera del partido de General Paz-, y punto de encuentro de sus habitantes, desde donde se pueden observar diferentes construcciones: la Iglesia Nuestra Señora del Pilar, el primer Palacio Municipal, sede actual de la Sociedad Rural, bares y restaurantes icónicos.

Durante la visita por el pago, el Fuerte de Ranchos y el Museo Histórico Marta Inés Martínez abren sus puertas para mostrar objetos relacionados con los orígenes del pueblo. Además, el Museo Ferroviario creado por Adolfo Giles, ex trabajador de la antigua estación local, presenta colecciones de balizas, señaléticas, elementos de comunicación, uniformes y fotografías.

Junto a la pesca deportiva y el avistaje de fauna autóctona, los deportes náuticos son el espectáculo clásico en la inmensa laguna de 34 hectáreas que convoca a conectar con el paisaje agreste del campo bonaerense.

La perla gastronómica de General Paz es la miel de pradera, que enamora con sus notas de lotus, cardo y carqueja, floraciones típicas de la Cuenca del Salado. “Es suave, muy clara y va perfecto con la hidromiel, o las cervezas porque no altera su sabor”, explica Leonardo Giménez, al frente de Bee Palace, empresa familiar apícola. Hace 18 años comenzaron con la venta del producto y sus derivados -propóleo, jalea real, polen-, y desde 2017, con fabricación de cervezas elaboradas con miel. En la tienda de 77 bis 3828 se pueden saborear la Honey, la Red Honey o la Sweet Stout.

Quienes deseen conocer la fascinante organización de las abejas, la visita guiada por Don Nino, emprendimiento ubicado en la localidad de Loma Verde, resultará fascinante. “Sugerimos que vengan en días soleados y cálidos porque las abejas se suelen poner nerviosas con la lluvia”, recomendó Roberto Inverti, a cargo de la iniciativa que propone experimentar la apicultura: colocarse el famoso traje blanco y realizar tareas con estos increíbles insectos.

Naturaleza, arqueología y comida deliciosa

La proximidad con el mar le otorga a Monte Hermoso una singular biodiversidad. Para aficionados y aficionadas a la pesca deportiva y a las actividades náuticas, es el paraíso; para quienes aman los avistajes de aves y safaris fotográficos, un sueño. Uno de sus imperdibles es la laguna Sauce Grande.

Allí se encuentra Biguá, restaurante que abrió sus puertas hace un año y medio con una carta que cuida el medio ambiente: “Utilizamos productos locales, estacionales, y de proximidad”, explicó Osvaldo Carbajo, propietario del espacio que busca reducir la huella de carbono.

Por esa mirada sobre la cocina, el establecimiento no tiene un menú fijo sino platos elaborados a partir de los productos que regala la naturaleza en cada estación del año. En esta época, paté de hongos, palometa (pescado de mar) a la parrilla, y pastas con sémola de trigo candeal, aceite de oliva y huevos de campo que llegan desde una olivarera de Coronel Dorrego.

Construido en 1906, otro destacado de Monte Hermoso es el Faro Recalada, el más alto de Sudamérica. Esta baliza marina guía a los navegantes que ingresan a la Ría de Bahía Blanca, y en la actualidad no está permitido el ascenso de visitantes.

La Reserva Natural Pehuen Co, al oeste de la ciudad sobre el sector de la playa y a seis kilómetros del centro, cautiva con huellas de siete mil años de antigüedad.