"Si querés respirar mar, si tus ojos necesitan descansar en horizontes infinitos, si buscás sorprenderte con la fauna marina del Atlántico, este camino es para vos". Así se presenta en sociedad la Ruta de los Acantilados, un tramo de 100 kilómetros

en la provincia de Río Negro que discurre entre el mar y la estepa, con escenografías naturales para el recuerdo. Hay imágenes para todos los gustos: bahías, médanos, fauna, oleajes...

Este circuito, que forma parte de la Ruta Natural lanzada por el Ministerio de Turismo de la Nación, une la localidad de El Cóndor con el pueblo de Bahía Creek. Puede recorrerse en un camino que es 70% de ripio y 30% de asfalto. El trayecto demanda menos de dos horas en auto. Aquí, cinco destinos imperdibles para conocer an la Ruta de los Acantilados.

El Cóndor. Allí, donde empieza el acantilado costero patagónico, asoma este balneario; el primero de una sucesión de playas a las que se acceden por la Ruta Provincial 1. Cuenta la historia que fue nombrado después de que un barco danés, conocido como El Cóndor, naufragara a fines de 1800. Sus sobrevivientes se refugiaron en una estancia que, vaya coincidencia, también estaba administrada por daneses. A partir de este incidente, se construyó el Faro Río Negro, reconocido como Patrimonio Histórico de la Humanidad. Aquí las playas son muy amplias y bastante desérticas, sobre todo, fuera de temporada. Otro dato a tener en cuenta: los acantilados son hogar de la colonia de loros más grande del mundo.

Reserva Faunística Punta Bermeja. A unos 30 kilómetros de El Cóndor, asoma este área natural protegida, conocida también como La Lobería. Fue creada hace más de 50 años, a partir de la urgencia por preservar diferentes especies, entre ellas los lobos marinos de un pelo. Tiene una extensión de 14 kilómetros y cuenta con un Centro de Interpretación que le permite al visitante conocer la vida de estos mamíferos y realizar un recorrido con guías, tanto por el museo como por los senderos. Desde el mirador se pueden observar, además de lobos marinos, elefantes marinos y aves costeras que habitan en el lugar.

Bahía Creek. En uno de los extremos del Golfo San Matías, los acantilados comienzan a perder altura, por lo que su declive es mucho menor y los llaman “activos”, dado que retroceden algunos centímetros cada año. Aquí, las aguas se tornan más claras y tibias. La tranquilidad que ofrece este destino patagónico no tiene comparación; son muy pocos los habitantes y los turistas no abundan. por lo que reina la paz y el descanso. Para tener en cuenta: el acceso a la localidad está condicionado a los factores climáticos, ya que para llegar a la bahía el camino es de ripio y las lluvias y vientos pueden generar modificaciones.

Bahía Rosa. A unos 120 kilómetros de Viedma, es uno de los destinos más vírgenes y solitarios del recorrido. Se trata de una playa de arenas gruesas y canto rodado para disfrutar mientras se contempla la inmensidad del mar. Su costa en muy empinada y tiene aguas muy profundas, por lo que es bastante elegida por los pescadores que van en busca del pejerrey de manila, el famoso corno y el colita amarilla, la vedette del lugar.

Punta Mejillón. Lleva ese nombre pese a que, en realidad, se llama Pozo Salado. Esta área natural protegida, que se encuentra en la costa norte del Golfo de San Matías, se destaca por regalar playas vírgenes de arenas extensas resguardadas por imponentes acantilados. Sus aguas, algo tibias y de color turquesa, tienen muy poco oleaje. Es una de las joyas de este recorrido para aquellos que buscan paz y tranquilidad. Hay muy pocas casas y muchas de ellas fueron sepultadas por las arenas de los médanos vivos. Aquí se pueden ver varias especies de aves playeras y un apostadero de lobos marinos.